miércoles, octubre 28, 2009

La empatía en la psicopatía

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Hugo Marietan.
“Me duele que no te duela mi dolor”

Psiquiatra. Hospital Borda. Buenos Aires
[10/2/2009]

Resumen

El psicópata carece de la vivencia de empatía. Le está vedado comprender al otro. Sí puede “entenderlo”, conocer sus fisuras y, de esa manera manipularlo. El dolor del otro, físico o psíquico, lo entiende, y a veces, haciendo un análisis intelectual del fenómeno. El proceso de cosificación del otro (innato en él), lo aleja más aún de la posibilidad de la empatía: el otro es depreciado como persona, devenido en objeto de uso. En consecuencia, el psicópata usa a las personas como materia prima (cosas) para lograr sus objetivos. El psicópata avanza hacía su objetivo impulsado por sus necesidades especiales (lograr el poder, por ejemplo), y si en el trayecto destruye o lastima cosas (personas) es un mero efecto secundario poco o nada atendible para él. Su enorme grado de libertad interior le permite (y sus códigos propios lo justifican) emprender empresas donde el daño hacia los otros no está contemplado. El dañado permanece perplejo ante el daño psicopático dado que no puede comprender la naturaleza del daño en toda su magnitud, ni la motivación que llevó a tal acción: tan lejos está de la mente de un psicópata.

1) “No le interesa herir a la gente, humillarla; no siente nada. A él le da lo mismo navidad que cumpleaños, no demuestra nunca nada de sentimiento. Cuando quiere agradar a alguien finge. Por ejemplo se enteró que una Sra. tenía dinero de un negocio propio. Esta señora tiene un hijo con una lesión cerebral y debe de estar en silla de ruedas. Entonces, para poder estafar a la Sra., llevaba a pasear al hijo, y le compraba helados. La Sra. estaba asombrada porque alguien se había acercado a ella sin importar que tuviera un hijo minusválido. Pero él andaba queriendo algo con la Sra. Y el niño le llama a casa pidiendo que lo lleve a pasear, que estaba esperándolo. Y yo le decía cómo para gastar en ellos sí tenía y para aportar gastos aquí en la casa no… Y él me contestaba: “tranquila yo no quiero nada con la Sra. Sé que le puedo pedir dinero prestado para pagar mis tarjetas de crédito. Lo que tú no sabes es que invierto para después sacar más”. Como nunca logró nada, cuando la dejó de ver, le dijo “Que bueno que tienes un hijo así, Dios te castigó porque eres muy dura para soltar la lana”.

La empatía implica sentir “como dentro del otro”; y “simpatía” es sentir en consonancia con el otro. “Apatía”, en cambio, es el grado emocional cero, no resonar afectivamente con el otro; sin pasión. Para que la empatía sea posible es necesario que ambas personas se consideren iguales en su valor de persona. Deben compartir códigos comunes y experiencias afectivas similares para que el “comprender” se efectúe. En los momentos de empatía hay una integración de esas dos personas en un uno empático. Y la persona vivencia que ha sido “comprendida” por el otro.

La empatía suele ser habitual en la mayoría de las personas bajo la fórmula: “yo, en lugar de él sentiría lo mismo”. Y se manifiesta desde el anoticiarse de un hecho dramático (muy frecuentes en estos días) hasta cuando se usa un medio artificial como un película o una serie de televisión, donde somos empáticos hasta con el personaje ideado por un guionista.

2) “Estando de viaje mis padres fueron asaltados. Cuando hablé por teléfono, me dijo mi mamá que a mi papá le habían dado un culatazo pero se encontraba bien, con un pequeño tajo en la cabeza. Se lo comenté aliviada a mi marido, y me dijo que seguramente mi papá estaba internado o muerto pero no me habían dicho nada para no preocuparme, a lo cual yo me puse mal, quise que me abrazara a lo que respondió que él no estaba en condiciones de contenerme”.

La simpatía, en cambio, consiste en conseguir un estado de agrado del otro hacía nosotros. Desde ya que hay un algo de artificialidad, de algo aprendido, en el acto simpático. Ya sea por repetir conductas que agradan (muy vistas en los niños ‘graciosos’) y en las personas que descubrieron que ciertos modismos “caen bien”. Y, desde luego, por el ejercicio de algunas profesiones: vendedores, diplomáticos. El simpático “trabaja” para agradar, y, en consecuencia, puede graduar su simpatía.

El empático es, necesariamente, espontáneo: no pude injertarse empatía. Cualquier artificialidad constituiría una traba en “el ingreso” en el otro. El empático comprende y es comprendido por el otro. Al empático no le hacen falta TODAS las palabras para comprender una manifestación afectiva que el otro le explica. Tal vez con un gesto baste. La comprensión va de afectividad a afectividad, sorteando la lógica.

El no empático, en cambio, necesita de todas las explicaciones del otro, porque debe “entender intelectualmente” la afectividad el otro. Usa su lógica para decodificar algo afectivo en el otro. Única manera de aproximarse a la afectividad del otro. Es como un extranjero, puede entender los contenidos intelectuales de un idioma pero no los matices afectivos del tono, los sobreentendidos, ni la gestualidad que acompaña a las frases.

Por lo tanto, el no empático se guía por su razonamiento y la interpretación lógica de las manifestaciones afectivas del otro. Y, lo mismo que el extranjero, suele imitar gestos y mímicas que ven en los otros, sin comprenderlas, sólo porque “van con esas frases”.

Este “como sí empático”, por aprendizaje de la mímica, es lo que confunde a muchos complementarios, que creen ser entendidos por el psicópata.

3) “He de decir que es una persona con cierta carencia emocional. No es capaz de sentir más allá de la alegría, la tristeza, el orgullo, etc. A veces me ha preguntado “¿cómo se siente la tristeza?”. Nunca creí que lo dijera en serio, pero cuando lo pienso, creo que tiene una curiosidad real basada en su incapacidad de sentirla como es habitual en el ser humano. Por eso, como ella es el patrón principal y las normas las establece ella, no se para a pensar en los sentimientos del otro. Salvo en determinadas ocasiones en las que su víctima le sea verdaderamente productiva e interesante, en las cuales, ataca directamente para desgarrar los sentimientos más humanos. Suele contar (como si fuera lo más normal de mundo, aprovechando las charlas amistosas) que a los diez años aprendió a hacer llorar a su hermano pequeño con la mirada”.

4) “Una vez estábamos con él en el cine mirando un dramón: yo lloraba y él me miraba. Al rato lo veo llorando también. Asombrada, dado que es un gran insensible, le pregunto qué lo hacía llorar. Y él me pregunta: “¿qué, no hay que llorar en esta escena?”.

5) “No le importa ver llorar a sus hijos o a mí por cosas que nos hace. Él dice que así “aprendemos a ser fuertes”, que “así se hacen las personas”.

Cuando los niños se han portado un poco mal, los coge a parte a una habitación y puede llegar a estar una hora hablándoles, le aseguro que no sé de qué. A mi hijo de sólo 4 años también le hacía esto. Cuando yo no aguantaba más, entraba en la habitación y el niño estaba allí con cara de no comprender nada y con los ojos llorosos y él con cara de desmesurado.”

La simpatía va, activamente, del simpático al otro (S hacía O). Así, la participación del otro es mínima, es como un receptor de la simpatía.

El empático, en cambio, es pasivo: recibe del otro la emoción y activamente la resignifica para sí y la asimila de acuerdo a sus experiencias y sensibilidad. La empatía va del otro al empático. El otro participa emitiendo (mostrando) sus expresiones. El empático es el receptor.

El psicópata no es empático. Puede ser simpático.
El psicópata puede captar la vulnerabilidad del otro, la que es utilitaria para él, y desprecia el resto.
El empático, al nivelar de persona a persona puede causar enormes sufrimientos a sabiendas.
El psicópata no causa daño con la intención de dañar, el va hacia su objetivo, y si algo lo obstruye o lo destruye, o lo neutraliza o lo salta; siempre actúa en pos de su objetivo, no porque pretenda dañar a un sujeto en sí.


El empático si puede utilizar esa empatía para dañar en profundidad al otro porque sabe qué va a sentir el otro por el efecto de su acción porque es un igual.
El psicópata causa daño como efecto colateral a su acción principal -su objetivo.
El empático sabe lo que está haciendo y lo que el otro está sintiendo.
El psicópata puede hacer algo dañino, torturar por ej., pero nunca va a poder aprehender lo que el otro siente, sabe que este punto es doloroso y ahí debe poner el torno, pero no sabe hasta qué punto el otro está sintiendo dolor. Es por esto que el psicópata no siente culpa por su acto, para él es un trabajo o está en su épica - y aquí el objetivo todo lo justifica-.

6) Hace poco falleció su tío, y como mi marido está interesado en los bienes y sobre todo por el auto, visita a su tía para ver cómo puede apropiarse de esos bienes. Se junto con sus otros hermanos, uno de los cuales es abogado y policía, y me contó que están haciendo todos los papeles ilegales para quedarse con las propiedades, sin importarle lo que le pase a la tía que es una persona mayor.

El empático, cuando hace una maldad, siente en parte lo que siente el otro -simbólica o fantasmáticamente-, y eso lleva a un displacer interno que es lo que se llama culpa, lo que hace le genera culpa, sabe que ha hecho algo que no está bien, que ha vulnerado un principio del bien común y pagará por ello con angustia o somatizando.

El empático es el verdadero dañino con conciencia de cómo cala su daño en el otro; es dañino con el otro y contra sí mismo (culpa). La maldad agota al empático.

En el psicópata el hecho dañino no tiene ningún costo afectivo, no hay un plus, por eso permanece tranquilo e imperturbable, y esto antes, durante y después de la acción psicopática.

Muchos empáticos generan en su fantasía actos dañinos hacia otros, pero no se animan a soportar el quantum de angustia que le generará la acción en la realidad -‘pecan con el pensamiento’-. Saben que van a causar daño pero el costo de ese daño inhibe la acción dañina; otro factor de inhibición es el costo ante la responsabilidad del daño infringido al otro, el cómo se va a ver perjudicado al ser descubierto por el daño causado -temor por las consecuencias-.

El psicópata al ser no empático con el otro no sufre con el otro ni por el otro. En ese sentido es apático. Es más, puede sentir “extrañeza” por la forma de reaccionar del otro frente a sus hechos psicopáticos: al no ser empático no puede medir la intensidad de las consecuencias negativas de sus acciones en el otro.

7) En determinado momento de la cena, el hermano comenta a J que su hija le dijo: “Estoy desorientada en mi vida, no sé qué hacer”. J le dijo a su hermano: “Es fácil, el hijo de X, que tiene la misma edad tampoco sabe qué hacer, así que por qué no te ves con X, juntan un capital, y que ellos empiecen un negocio”. El hermano insiste: “Pero no está diciendo eso, está diciendo que está desorientada en la vida. Y J contesta: “¡Claro, por eso!”.

El psicópata carece de la vivencia de empatía. Le está vedado comprender al otro. Sí puede “entenderlo”, conocer sus fisuras y, de esa manera manipularlo. El dolor del otro, físico o psíquico, lo entiende, y a veces, haciendo un análisis intelectual del fenómeno. El proceso de cosificación del otro (innato en él), lo aleja más aún de la posibilidad de la empatía: el otro es depreciado como persona, devenido en objeto de uso. En consecuencia, el psicópata usa a las personas como materia prima (cosas) para lograr sus objetivos. El psicópata avanza hacía su objetivo impulsado por sus necesidades especiales (lograr el poder, por ejemplo), y si en el trayecto destruye o lastima cosas (personas) es un mero efecto secundario poco o nada atendible para él. Su enorme grado de libertad interior le permite (y sus códigos propios lo justifican) emprender empresas donde el daño hacia los otros no está contemplado. El dañado permanece perplejo ante el daño psicopático dado que no puede comprender la naturaleza del daño en toda su magnitud, ni la motivación que llevó a tal acción: tan lejos está de la mente de un psicópata.

El empático, un normal o un neurótico, resuena emocionalmente con el otro, que es considerado una persona como él. En consecuencia es plenamente consciente de las vivencias que desencadena su accionar en el otro. Hace el daño y de alguna manera una parte de ese daño se le vuelve en contra como culpa (o sus manifestaciones psicosomáticas). Daña y se daña. Su libertad interior acotada por los principios morales comunes y sus inhibiciones intrínsecas, le impiden muchas veces llevar a la realidad su plan dañino hacia el otro. Pero cuando lo hace maneja preciosismos de daño anclados en la historia emocional del otro que él de alguna manera también conoce.

Por eso la contundencia del daño puede ser intensa y devastadora. El dañado, a su vez, puede entender la naturaleza del daño y las motivaciones del dañino. Por el mismo proceso de empatía, y la cercanía con la mente del empático.

*Imagen fotograma: "Persona"; Igmar Bergman

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